El Decano de la cantería

TerraChaXa
Ramón Villar picó piedra desde niño como afición, donde se hizo un nombre
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20 Jul 2025

Ramón Villar Gómez, o lo que es el mismo Ramón de Pardiñas, es escultor, nieto e hijo de cantero, aunque no fue hasta más tarde cuando decidió coger el puntero y la maceta para descubrir que aquel oficio heredado podía convertirse en una pasión que lo acompañaría para siempre jamás. Autodidacta, comenzó a picar piedra allá por los siete años, con curiosidad y disciplina, formándose mucho más tarde en cursos con maestros como Javier Quijada y aprendiendo también, como dice él, “a sudar la camiseta” hasta conseguir darle vida a la piedra.

Su objetivo no es la copia, sino la creación. Ramón odia las repeticiones y busca que cada pieza cuente una historia diferente, “que la piedra hable”. Prefiere trabajar con piedras duras, las más difíciles de tallar, porque en ellas encuentra el reto que lo motiva y el canal perfecto para expresarse. En sus manos, la piedra se convierte en naturaleza, en agua, en aves que habitan su tierra chairega, o en personajes que van desde los músicos de calle hasta los “santiños” de devoción popular que forman parte de la memoria colectiva gallega. Pero son las parejas, los novios, los que confiesa que siempre le gustaron.

Durante años, Ramón compaginó otros trabajos con su pasión por la escultura. Comenzaba temprano sus jornadas laborales y, al finalizar, pasaba las tardes enteras picando piedra, dando forma a un estilo propio que fue creciendo al ritmo de sus obras. Algunas de ellas adornan hoy espacios del Ayuntamiento de Guitiriz, dejando huella de su arte en los parajes de su tierra y convirtiendo en esculturas los rincones por los que transcurre la vida cotidiana.

Ramón participó en ferias por todo el mundo y también en certámenes, como la Feria del Queso, y durante años no faltó a la Feria de la Cantería de Parga, un lugar en el que pudo compartir con el público su manera de entender la cantería, como disciplina que requiere esfuerzo, constancia y respeto por el material. Sin embargo, como dice él, los premios escaparon muchas veces, pero el importante era “sentirse bien con el trabajo hecho”.

Con 78 años, ahora ya apartado de la competición y lejos de la primera fila, sigue conservando la ilusión y el “gusanillo” de quien ama lo que hace, siendo consciente de que su función ahora también es enseñar a quién quiera aprender, transmitiendo un oficio y un amor por la piedra que heredó de su padre y de su abuelo, y que él mismo hizo crecer hasta convertirlo en una forma de vida.

“Darle vida a la piedra”, dice Ramón, no es solo un oficio ni un hobby: es una forma de mirar el mundo en una piedra cualquiera, una ave, una figura o una historia por contar. Y esa historia, desde Guitiriz, sigue viva en cada una de sus esculturas.

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